Te despiertas, pero hoy ocurre algo extraño; el olor de las tostadas recién hechas y a café con leche que hace que salgas de la cama todos los días no está.
Bajas las escaleras, la luz apagada, las persianas bajadas. No te lo explicas porque mamá siempre tiene que tener una luz encendida. Subes a la ducha para ver si te despejas un poco. Pero en el baño tampoco están las toallas colgadas detrás de la puerta. Empiezas a sospechar de que pasa algo raro, pero sigues como un día normal.
Te vistes para coger el bus (como siempre a contrarreloj) pero cual es tu sorpresa al ver que no está tu vecino sacando al perro, el coche que se pone siempre enfrente de la puerta y que tanto molesta a papá, no hay nadie...
Si explicación alguna entras en casa y te tumbas en el sofá, todo te da vueltas. No entiendes nada de lo que está ocurriendo. Ni el desayuno puesto, ni las toallas de la puerta, ni el vecino con su perro... Y de repente echas a llorar. Te pones a llorar como un bebé recién nacido, como un niño pequeño al que le está saliendo un diente o le han quitado un caramelo. Te sientes desprotegida. Tras esto te das cuenta de todo lo que te hace falta, de que todo lo bueno se acaba en cualquier momento...
+ Cielo, ¿estás bien?- ves a tu madre.
- ¿Qué me ha pasado?
+ Tranquila, solo era una pesadilla.
NADA ES PARA SIEMPRE
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